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A 25 años de Beijing

El hexagrama de la continuidad

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El texto que sigue fue escrito en 1995, dos semanas después de la histórica Declaración y Plataforma de Acción de Beijing (surgida de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en la capital de China) y publicado en la revista de Cotidiano Mujer (N°21).

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Lucy Garrido

Pero nadie nos regaló nada, detrás de cada negociación (eso que ahora se dice “lobby”), detrás de cada conquista, están las reuniones de autoconciencia, las marchas infinitas, las discusiones eternas, los análisis académicos y las intuiciones brillantes; está la lucha de Juana por su terreno, la de Julieta en la Universidad y la de Sonia en el batey. La de María Elena cayendo asesinada por los que no querían su paz; la de Margot parada en cualquier esquina de la gran avenida, la de Ana enamorándose de Irene y la de Domitila en las minas, [luchas] que ojalá ya no haya en el Siglo XXI. Está la confrontación y el paciente diálogo. Y están, claro que están, las horas robadas al sueño por los sueños, los amores perdidos y los conquistados, las rupturas y las complicidades. Fuimos miles y somos miles las que participamos de esta continuidad.

 

Elegí este fragmento de la Declaración de América Latina y el Caribe que Gina Vargas leyera en la carpa de la región cuando terminó el Foro[1], porque es desde esta convicción intelectual y afectiva quiero referirme a todo lo que de positivo y negativo puedo decir sobre ella, a 15 días de finalizada la cumbre y en pocas páginas.

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Entre el barro y la seda

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Mientras regresábamos en el avión a Montevideo (y probablemente lo mismo sucediera con cada una de las 25 mil mujeres hacia cualquier parte del planeta) la frase más repetida por todas era “Al fin se acabó Beijing”, con todo lo que esas palabras pudieran significar, incluido, “en mi vida vuelvo a comer arroz”. “Basta de calor, de lluvias, de barro…”; “Pero, ¿cómo hace esa mina para estar siempre donde está la prensa?”; “Estoy podrida de ir de Beijing a Huairou, ¿sabés a qué hora tengo que levantarme?”; “El pato laqueado y los hongos eran una exquisitez”; “¡Qué casualidad! Otra vez reunión de las agencias y no nos enteramos”; “Haber llegado hasta acá y ni siquiera pude ver el Templo del Cielo”; “Con todas estas batas de seda ¿qué hago, pongo una boutique?”; “Deliro por una costilla jugosa con papas fritas”; “Al final ¿valió la pena?”.

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Pero cuando llegué al liceo donde doy clases y la empleada de servicio sabía que se había caído un muro y había barro, pero también que en la carpa de la región había habido un taller de la Confederación Latinoamericana de Empleadas Domésticas; cuando varios equipos de estudiantes de distintos institutos habían hecho carpetas con recortes de prensa sobre lo que estaba pasando y te preguntaban divertidos cómo habíamos hecho para copar las escaleras mecánicas de las Naciones Unidas; cuando los profesores te decían “Che, qué bien eso de encorchetar al Vaticano”[2]; cuando aún hoy no nos alcanza el tiempo para dar entrevistas en los medios, entonces, no tengo ninguna duda: valió la pena.

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Y no es por “deformación profesional”, no hay que dedicarse a la comunicación para darse cuenta de lo que significa haber tenido durante 15 días al mundo pendiente de nosotras. Por las razones que quieran: porque servíamos para distraer de otros temas, porque Hillary es noticia, porque los norteamericanos querían joder a los chinos y la CNN encantada, y también (¿por qué no?) porque 25 mil mujeres en un foro somos tema, somos noticia, somos la reunión internacional más grande de la historia y no hay medio masivo que se lo pueda perder.

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Por eso, cuando tenemos la sensación de que el Foro fue un circo no debemos olvidar que sin él los resultados de la conferencia hubieran sido otra cosa. No es lo mismo ir a pelear con los fundamentalistas o exigir más recursos a los países ricos con un foro gigantesco atrás y la televisión atenta, que solitas y sin prensa, porque es como ir a la guerra con un palillo de dientes.

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El Comité Complicador

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Lo increíble es que si fuera por el Comité Facilitador[3] lo único que hubiera salido en los medios es que los chinos son malos: “Hay demasiada seguridad, las líneas telefónicas no son suficientes, etcétera, etcétera”. Cierto, pero me hubiera gustado ver, por ejemplo, cómo hubiera sido la seguridad si 25 mil mujeres les caemos a los alemanes o a los norteamericanos y en todo caso, quienes criticaban todo, ¿tenían que llegar a la China para saber que iba a ser así? ¿Por qué, a tiempo, no tuvieron el coraje de decir “no vamos”? Muchas se hubieran evitado, al menos, viajar a Beijing con latas de atún y paté, agua potable, papel sanitario y tampones, obedeciendo a recomendaciones tan “facilitadoras”.

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Por suerte, el miedo a la “fiebre amarilla” pudo revertirse y la atención se focalizó donde debía estar: en las mujeres, que a veces sin haber salido de su propia localidad, habían llegado a China (una más financiadas que otras, como siempre sucede) con sus propuestas y sus demandas, sus colores y sus cantos, porque querían hacerse oír y porque, además, un documento con el 40% encorchetado, provoca a cualquiera (Gracias, Juan Pablo).

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Las facilitadoras, sin embargo, seguían complicándose a sí mismas –peleando entre ellas o llamando a una conferencia de prensa y luego otra más para desmentir lo que habían dicho en la primera– y complicándonos a nosotras puesto que ¡qué mayor señal de diversidad puede haber que 555 actividades diarias! Sobre todo, cuando algunas tenían traducción simultánea y en las otras 5 mil –la inmensa mayoría de ellas en inglés– “arréglate como puedas”. Ya sé: hubiera sido imposible que todas la tuvieran y por eso, tratando de articular en algo el Foro, sí la tenían los paneles centrales con plenario, lástima que cuando terminaban de hablar las expositoras, casi no había tiempo para el debate porque había que dejar la sala.

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La carpa de la diversidad

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Tal vez aquella fuera una de las razones por las que la carpa de América Latina y El Caribe estuvo siempre rebosante de mujeres. Después de tantas idas y venidas buscando talleres que a veces no estaban o que cuando estaban no se entendían, cualquiera tiene ganas de hablar en su propio idioma y de sentirse acompañada por los códigos comunes que te unen a las otras.

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Pero había otra razón más ideológica: previniendo el despelote que podría ser el Foro, la carpa ofrecía cada día un tema central (diversidad, pobreza, juventud, ciudadanía, sexualidad, violencia, etcétera) para el intercambio y la discusión, y cada uno de éstos había sido organizado previamente y en conjunto, por las redes y coordinaciones de la región.

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La carpa, con su Frida Khalo de madera articulada en la entrada, te daba la bienvenida no sólo a la diversidad, también al despelote: por ejemplo, unas disertaban adelante sobre “los procesos de integración”  y otras discutían, en la parte de atrás, sobre si el espacio para exponer los materiales de las centroamericanas era más chico o más grande que el de las andinas. O llegaba Rigoberta Menchú sin que nadie estuviera enterada y entonces nos perdíamos la oportunidad de avisarle a la prensa. O alguien traducía al inglés justo cuando no había nadie del Caribe anglófono. Diversa y despelotada, como somos nosotras, de lo que no cabe duda es de que esta carpa fue convocante y de que pasaron por ella desde las saharauis al Unicef, desde Amnesty a las indígenas mixes y mapuches, desde el Instituto de la Mujer de España a infinitas españolas que están en contra del instituto, desde las especialistas en lobbys a las especialistas en base, y que pudimos escuchar y demandar a las delegaciones oficiales que nos visitaron.

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¿Se acabó la rebeldía?

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Cuando terminó el Foro de Mar del Plata escribí [4] un artículo en el que había críticas muy duras sobre cómo se había desarrollado. Especialmente, critiqué un tipo de conducción política que se apoyaba más en las “amigas asesoras” que, en las coordinaciones nacionales y subregionales que nos habíamos dado, estas sí representativas, al menos, de las ONG que, en cada país habían decidido participar del proceso hacía Beijing. Desde el foro de Mar del Plata al de Huairou creo, sinceramente, que se rectificó el rumbo y que el trabajo conjunto, de alguna manera, posibilitó reflexionar de un modo más coherente sobre qué íbamos a buscar a la conferencia (además de las sedas, obvio) generando, aunque débiles, algunas instancias de consolidación que ojalá podamos aprovechar de aquí en adelante. Cuidado: no estoy diciendo que se deba mantener la estructura organizativa que nos dimos para llegar a Beijing, estoy diciendo que esa o las otras infinitas que nos podamos dar, podrán nutrirse de los conocimientos adquiridos y los errores ya “perpetrados” y que, finalmente, son los movimientos de cada país los que deberán decidir cómo utilizar los documentos resultantes de esta cumbre mundial.

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Creo que son varios los riesgos de la “especialización”[5] pero también creo en el trabajo que desarrollaron los equipos asignados por la región y que buena parte tuvieron que ver con el resultado al que se llegó. Si se tienen en cuenta las condiciones absolutamente desfavorables con las que se salió de la pre-conferencia de Nueva York y que marcaron todo el proceso previo de esta conferencia, hay que decir que el documento final es mucho mejor que el que temía la mayoría, no sólo en cuanto a que no se retrocedió con respecto a El Cairo, sino porque se avanzó entre otros temas, en la mensura y valorización del trabajo no remunerado, en definiciones sobre conflictos armados, en el reconocimiento de raza y etnia como causas de discriminación, e incluso porque se fue más allá de Copenhague en lo que a asignación de recursos y a reducción de deudas multilaterales se refiere.

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Pero de lo sucedido y no sucedido en Beijing, hay algo que, expresamente, quiero rescatar: la alegría que me dio el titular de una agencia de noticias que decía “Latinoamericanas protagonizan los únicos actos de protesta en la Conferencia”. El primero se produjo cuando Gina Vargas, ante la Asamblea General después de saludar a la mesa, dijo: “desde hace diez días estamos oyendo múltiples discursos y parecería que nuestra intervención es innecesaria y reiterativa. En este concierto de palabras todo está dicho. Casi todo. Menos cómo lograr la justicia económica. Casi todo. Menos con qué mecanismos y recursos implementar la plataforma. En estos casos tal vez el silencio sea más elocuente”, y a continuación se calló durante dos minutos interminables para luego desplegar un cartel que decía “Mecanismos claros, recursos adicionales, justicia económica” y que mantuvo sin titubear hasta que la secretaria de la Mesa se levantó a quitárselo. Creo que en los 50 años que cumplieron las Naciones Unidas jamás se vio que ante una Asamblea General alguien se atreviera a comentar tamaña irreverencia (descontando a Arafat) y tampoco que ese gesto fuera vitoreado no sólo por las representantes de las ONG de la región que, de pie, aplaudían y gritaban “justicia” sino, además, por la mayoría de las delegaciones gubernamentales de los países en desarrollo.

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La segunda protesta se dio cuando todas las latinoamericanas y caribeñas, incluidas varias que estaban participando del lobby, decidimos copar las escaleras mecánicas del edificio de la conferencia, transformando los papeles oficiales en improvisados carteles que decían también “Justicia económica. Mecanismos claros, nuevos recursos”. Con ellos levantados, subimos y bajamos sin parar por esas escaleras impidiéndole a todos pasar de un piso a otro hasta que los guardias de seguridad las cortaron y se le prohibió a las ONG entrar al edificio.

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Para alguien como yo, que no cree que los papers propuestos en los caucus se puedan sintetizar en un briefing que pasando por el lobby nos conduzca al empowerment, estas dos protestas fueron la ducha de frescura y rebeldía que estábamos necesitando. Necesitaremos más aún porque nadie nos regaló ni nos regalará nada, mujeres. Tenemos que tomarlo.

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[1] Se refiere al Foro paralelo de la sociedad civil organizada.

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[2] Muchos párrafos del documento que derivó en Plataforma de Acción de Beijing, estaban entre corchetes por injerencia del Vaticano, que cada vez que aparecía la palabra “genero” pretendía que los delegados gubernamentales los encorchetaran para que no fueran aprobados.

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[3] El Comité Facilitador es un grupo de trabajo que se crea en distintas instancias de Naciones Unidas para “facilitar” temarios, logísticas, etcetera.

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[4] Previo a la Conferencia oficial en Beijing, en Mar del Plata tuvo lugar un foro en América Latina y Caribe en el que se acordó la plataforma regional.

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[5] La expression alude al viejo debate en el feminismo sobre si la “especialización” del conocimiento acumulado por algunas compañeras en temas específicos, las inviste de un poder que las distancia de las activistas.

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