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Extractivismo y covid-19, una pandemia develadora

 

 

 

Lilian Soto

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La pandemia trasluce los daños causados por el extractivismo en los países de América Latina. En este tiempo incierto y complejo, se evidencian la prepotencia, el predominio del capital sobre la vida y los efectos de la destrucción de las capacidades productivas no depredadoras. Con su historia de desafíos al modelo hegemónico y sus acciones para contrarrestar el hambre en tiempos de pandemia, las mujeres de los sectores populares son actoras presentes y elocuentes. Es necesario que esta presencia continúe siendo visible en las reconfiguraciones que se produzcan cuando el virus esté de salida.

La región continúa inmersa en el ojo de la crisis que se propagó casi sin aviso por todos los continentes e inmovilizó el planeta. A poco más de tres meses de declarada la emergencia sanitaria mundial, la enfermedad ya causó más de 400 mil muertes[1], las medidas de distanciamiento se convirtieron en cuarentenas y en una verdadera paralización mundial. Las fronteras se cerraron en muchos países y a fines de marzo casi toda nuestra región había clausurado el paso para todo lo que no fuera transporte de mercancías y retornos de personas repatriadas. Las medidas provocaron algunos impactos inesperados y sumamente develadores de las consecuencias de los extractivismos a los que el escritor Eduardo Gudynas (2015) describió como “mucho más que un conjunto de proyectos, ya que están generando y cristalizando ideas del desarrollo arraigadas sobre el progreso material, obsesionadas con la valoración económica y cada vez menos democráticas” (p.7).

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El cerco auto impuesto de los países como respuesta a la propagación del virus evidenció de forma más clara el daño que causan los mecanismos con los que opera el modelo extractivista hegemónico en los países de América Latina, y a dos de ellos se refiere este artículo: la política del más fuerte para seguir sosteniendo la prevalencia del capital sobre la vida y las consecuencias del sometimiento del sur a lo que el norte necesita, aun a costa de su propio bienestar, consolidando relaciones de desigualdad y de dominación geopolítica.

La lógica del más fuerte

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Un elemento clave del extractivismo es la lógica del más fuerte: quien tiene dinero o armas se apropia de los bienes naturales y los explota para su beneficio, incluso si eso vulnera los derechos de poblaciones enteras. De este modo, en la tensión capital-vida prevalecen los intereses del capital. Es lo que ha sucedido históricamente en la región y que adquiere, en lo que va del siglo XXI, nuevos ribetes expansivos en el marco de violencias extremas como “las territorialidades criminales, violencia estatal y paraestatal, violencia patriarcal, en fin, expansión de las energías extremas” (Svampa, 2019, p.13).

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En tiempos de crisis, esta forma de operar basada en la prepotencia y la violencia se extiende a cuestiones básicas de la supervivencia; en este período sucedió con los insumos para la salud, indispensables para afrontar el covid-19. En efecto, parte importante de la movilización de mercancías de un país a otro, habilitada pese al cierre de fronteras, comprende lo necesario para garantizar la atención en salud de la población (tapabocas o barbijos, respiradores, equipo de protección personal como mamelucos, máscaras especiales y otros), los cuales, debido a la alta demanda, empezaron a escasear a inicios del periodo de pandemia. Esta insuficiencia desató acciones al estilo pirata, como las denunciadas en relación con respiradores de Taiwán destinados a Paraguay, que quedaron en Estados Unidos[2], o lo acontecido con varias cargas de máscaras de protección, en su tránsito entre China y países de Europa y de América Latina, retenidas en algunos de ellos[3]. Si a esto sumamos que, en países como Argentina, Brasil y Paraguay, los gremios de sectores económicos de poder buscaron levantar las medidas sanitarias rápidamente para evitar pérdidas de sus cuantiosas ganancias, queda claro que el capitalismo extractivista expuso su peor cara en este periodo complejo para la humanidad, demostrando que la confrontación capital versus vida está más vigente que nunca, aun en tiempos tan inciertos y cuando la protección de la salud y la vida deberían ser priorizadas.

Los alimentos en tiempos de pandemia

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La otra vertiente central de la movilización de mercaderías, habilitada pese a las fronteras clausuradas, es la provisión de alimentos. Permitir la importación-exportación de lo necesario para que la gente tenga garantizada la alimentación es también una exención indispensable a los cierres fronterizos; sin ello no sería posible sostener las medidas de cuarentena. Al analizar esto, se visualiza claramente que la importación de alimentos hoy es inevitable para países de la región con tierras fértiles y posibilidades de producción para cubrir sus demandas internas, pero que no lo han hecho porque las políticas públicas estaban centradas en el extractivismo. La “apropiación de recursos naturales para exportarlos” (Gudynas, p. 7) se contrapuso así a propiciar el autoabastecimiento alimentario en la región. Es el caso de Paraguay, un país que, con más de seis millones de hectáreas destinadas al cultivo, dedica apenas 6,3%[4] de esa superficie a la producción de alimentos; en tanto, el resto está destinada al agronegocio, que avanza sin parar expulsando al campesinado desde los años 70 (Riquelme y Vera, 2015, p. 17).

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También es el caso de Argentina, pero desde otra vereda: la de la monopolización en la esfera de la industria alimentaria. Este país, si bien tiene las posibilidades de abastecer mejor sus necesidades alimentarias internas (Miranda et al, 2013, p.201) ha visto, a partir de los años 90, la implantación del modelo del agronegocio y con ello la concentración en algunas empresas de todo el proceso de producción y comercialización para la exportación, lo cual “determina los precios de los productos en detrimento de los pequeños y medianos productores” (García Guerreiro y Wahren, 2016, p. 330). Es lo que Vandana Shiva denominaba totalitarismo alimentario a inicios de este siglo, cuando afirmaba: “Estamos siendo testigos del surgimiento del totalitarismo alimentario, en el que un puñado de grandes empresas controla toda la cadena alimentaria y destruye alternativas para que las personas no tengan acceso a alimentos diversos y seguros producidos ecológicamente” (Shiva, 2003, p. 31). 

Las consecuencias del daño

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Hoy, en muchos países de nuestra región, comienzan a cobrar visibilidad los sectores que producen alimentos pese a las dificultades, como el campesinado o las granjas y huertas ecológicas. Pero si la pandemia sigue, la vacuna tarda en llegar, las medidas se extienden y, como especialistas de la economía lo predicen, el mundo ingresa a una recesión difícil y se produce una baja de la producción de los países proveedores de alimentos para el consumo, ¿qué pasará con la alimentación?

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Durante décadas, en este nuevo periodo extractivista[5], nuestros países del sur fueron obligados a especializarse en ser proveedores de lo que el norte necesita, lo que implicó la exportación de materia prima sacada directamente de la explotación de los bienes naturales, expandiendo proyectos de monocultivos, megaminería, privatización del agua y otros. En palabras de Gudynas “los extractivismos se han extendido en todo el continente, no por la demanda interna, sino por la de otras regiones. El resultante es que se aprueban e implantan emprendimientos extractivos para atender intereses exportadores” (p.16). No será fácil que ahora, una vez instalada la crisis, el daño causado por el extractivismo pueda ser revertido con rapidez. De hecho, difícilmente habrá interés de los sectores de poder económico en modificar el modelo cuando acabe la crisis.

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Y entonces cabe preguntarnos si habrá posibilidades de que la mirada social pos pandemia valore más la soberanía alimentaria, el autoabastecimiento en la alimentación, y deje de pensar en la explotación de los bienes naturales como un horizonte deseable. Probablemente eso dependerá de la disputa que se pueda dar ante este pensamiento que hoy suena hegemónico. Sí parecería claro que la dirección hacia donde se decanten nuestras sociedades en esta dicotomía, una vez que pase la crisis de salud, dependerá de la capacidad que exista de evitar que se monopolice el debate hacia las miradas y los conceptos de “desarrollo” vinculados al extractivismo. Y de que en esa controversia de sentidos participen con voz potente y protagónica quienes han resistido al modelo obligatorio y han sido capaces de generar alternativas aún con medios tan adversos.

Las mujeres, la resistencia al extractivismo y la pos pandemia

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En la actoría principal de la resistencia al extractivismo en América Latina, se encuentran, claramente, las mujeres: las campesinas que desarrollan huertas agroecológicas y bancos e intercambios de semillas nativas para contrarrestar la invasión de las transgénicas; las mujeres indígenas que se organizan para producir alimentos en las condiciones más difíciles, como las que viven en el Chaco paraguayo y utilizan el algarrobo para producir harina; las mujeres de los barrios populares de muchas de las ciudades de la región que organizan huertas urbanas, como las que empezaron los emprendimientos de agricultura urbana en la ciudad de Rosario, Argentina, a fines de los años 80 y principios de los 90 (Lattuca, 2013, p. 98), dando inicio a lo que hoy es una política pública municipal extendida. La indudable presencia femenina en la resistencia al extractivismo y en la producción de los alimentos necesarios para la sobrevivencia humana, es más visible que nunca en este tiempo de crisis.

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Pero, además, las mujeres están siendo las responsables de evitar que el hambre se apodere de muchas de las comunidades populares de la región, organizando ollas y comedores que dan de comer a miles de familias. En Argentina, las mujeres de organizaciones como Barrios de Pie se juntan, con los cuidados necesarios, y preparan alimentos para sus comunidades[6]. En Chile, la presencia de las mujeres en la gestión e implementación de las ollas comunales es marcada y calma el hambre en muchas comunas de Santiago[7]. En Paraguay, estas iniciativas se multiplicaron en todo el país[8], dirigidas también mayoritariamente por mujeres, y en las zonas rurales la producción de la agricultura familiar campesina es la que provee los insumos que posibilitan preparar las comidas completas[9], e incluso surten a las que se desarrollan en las zonas urbanas[10].

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Tanto la capacidad de las iniciativas que resistieron al extractivismo para proveer el alimento básico para la sobrevivencia en tiempos de pandemia, como el empuje de las organizaciones populares para organizarse y contrarrestar el hambre, y el rol que han tenido y tienen las mujeres en estos procesos, son haberes que no pueden ser silenciados en este tiempo, y menos cuando se produzca la salida de la crisis. En ese momento será más necesario que nunca elevar la voz y recordar que el modelo económico extractivista que se expande en la mayoría de los países de la región no es eficaz para brindar lo básico en alimentos que la población necesita en momentos de crisis mundial como la que vivimos, y que estos modelos de explotación de los bienes naturales, de expansión del agronegocio, de destrucción ilimitada de los recursos, envenenamiento de cursos de agua y exclusión de amplios sectores de las poblaciones de nuestros países, debe modificarse.

También debe quedar claro que los cambios no pueden producirse sin la participación de quienes impiden hoy que a la crisis de salud se sume y se expanda la catástrofe del hambre, por haber sido capaces de plantearse la soberanía alimentaria como un horizonte, y de organizarse para proveer alimentación y desafiar así un modelo que “recorre la memoria larga del continente y sus luchas, define un modo de apropiación de la naturaleza, un patrón de acumulación colonial, asociado al nacimiento del capitalismo moderno.” (Svampa, 2019, p. 21).

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Las prioridades de la humanidad, y quienes se ocupan de ellas, se revelan en tiempos de dificultades, y la pandemia nos muestra hoy que las mujeres y las organizaciones populares son actoras centrales para identificar y asumir responsabilidades para aspectos tan indispensables como garantizar la alimentación. Sus experiencias y aprendizajes no pueden ser obviados en el debate de salida de esta crisis y en decidir hacia dónde se orientarán nuestras sociedades para asegurar la sostenibilidad de la vida.

Referencias

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García Guerreiro, Luciana y Juan Wahren. Seguridad Alimentaria vs. Soberanía Alimentaria: La cuestión alimentaria y el modelo del agronegocio en la Argentina. Trabajo y Sociedad Sociología del trabajo- Estudios culturales- Narrativas sociológicas y literarias NB - Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas (Caicyt-Conicet) Nº 26, Verano 2016, Santiago del Estero, Argentina

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Gudynas, Eduardo. Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza. Cochabamba: Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB), 2015. Web. 6 de junio. 2020.

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Lattuca, Antonio. La agricultura urbana como política pública: el caso de la ciudad de Rosario, Argentina. Agroecología 6: 97, 2012. Web. 8 de junio. 2020

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Miranda, Faustina Dehatri; Franci, María; Delgado, María Florencia; Cuenca, Valeria; Quevedo, Cecilia. Seguridad y soberanía alimentaria en Argentina. Universidad de Manizales. Facultad de Ciencias Contables, Económicas y Administrativas. Centro de Publicaciones; Revista Asuntos Económicos y Administrativos; 24; 4-2013; 201-218 Web. 6 junio. 2020.

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Riquelme y Vera. Agricultura campesina, agronegocio y migración El impacto de los modelos de producción en la dinámica de los territorios. Asunción: CDE, 2015. Web. 6 de junio. 2020

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Shiva, Vandana. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos. Barcelona: Editorial Paidós, 2003 (2000). Impreso.

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Svampa, Maristella. Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Calas, 2019. Web. 8 de junio. 2020

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