La revolución feminista
y la izquierda en tiempos de derrota
El espejo roto
Rafael Sanseviero
La paradoja de la doxa: nunca deja de asombrarme que el orden establecido, con sus relaciones de dominación, sus derechos y sus atropellos, sus privilegios y sus injusticias, se perpetúe con tanta facilidad, que sea respetado y no existan más transgresiones o subversiones, delitos y locuras. Y siempre he visto en la dominación masculina, y en la manera como se ha impuesto y soportado, el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, consecuencia de lo que llamo la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas.
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Pierre Bourdieu en La dominación masculina
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La relación entre los partidos de izquierda latinoamericanos y los feminismos nunca fue un asunto sencillo y mostró picos conflictivos en los años triunfales del “ciclo progresista”. En la hora de avance y radicalización de las opciones políticas reaccionarias, aquella relación parece haber entrado en una dimensión diferente. Feministas y partidos de izquierda se ven como habitantes de universos paralelos.
Esos partidos que gobernaron durante una década larga en muchos países del continente, hoy están carentes hasta del lenguaje básico para preguntarse sobre sus derrotas y el avance de las peores derechas esperables. Tampoco reaccionan ante las nuevas formas que adopta la política o las reconfiguraciones de poder que producen virajes anti democráticos en los estados, sin que los agentes disruptivos necesiten romper las reglas del sistema[1]. Consecuentemente, tampoco se produce pensamiento estratégico para resistir la coyuntura ni revertir la tendencia. En las casas partidarias, la única pasión que vibra es la de no perder los dividendos electorales que todavía les acerca la fractura entre las derechas y buena parte de las sociedades.
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Mientras tanto los feminismos se despliegan como una voz colectiva que inyecta de energía y de sentidos a las luchas de millones de personas alrededor del mundo. En lo macro de las calles y en lo micro de casas y camas, para usar la antigua y siempre potente descripción. ¿Qué lenguaje común pueden encontrar quienes pueblan y animan una revolución con náufragos en el mar de la perplejidad? Esta pregunta no busca el entretenimiento de la especulación abstracta, sino que remite al calor de lo urgente para unos y otras. La derrota de los partidos de izquierda coincide con degradaciones democráticas y avances fundamentalistas radicales en su anti feminismo. ¿Cómo asimilará el pensamiento y la práctica política de las izquierdas este nuevo momento, y qué consecuencias tendrán las opciones que adopten? Por supuesto que no lo sé. En esta nota me limito a registrar algunas pistas para pensarlo colectivamente.
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El feminismo desordena[2]
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Aquel Bourdieu asombrado por la continuada recreación de la dominación masculina replantearía sus perplejidades, a la vista del parate mundial a las violencias machistas que movilizan millones de mujeres[3]. Cuando los miedos viejos se rajan frente al grito “ahora que estamos juntas (…) abajo el patriarcado que va a caer y arriba el feminismo que va a vencer” se está consagrando en multitudes el eco de aquel ¡yo decido! fundador de la rebeldía feminista que tantas veces fue enarbolada en soledad por las pioneras.
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Entre las muchas luchas feministas actuales destaco dos muestras de la expansión y densidad de su revolución. Una es la migración instantánea de la coreografía “el violador eres tú”, que nació de las jóvenes chilenas para desafiarlo todo en medio de las balas e inmediatamente se hizo voz de rebeldía en decenas de idiomas, territorios y para todas las generaciones. Otra muestra de la potencia feminista es la huelga mundial de mujeres que cada 8 de marzo se recrea con mayor amplitud y explosiva diversidad. Esta huelga desata cada año nuevas formas y temas de desafío a los sentidos capitalistas patriarcales que se presentaban hasta hace poco como absolutos e imbatibles. Ante el universo de sentidos únicos se despliega un ubicuo contra poder feminista que navega a favor de su propia indeterminación. “No sabemos lo que podemos hasta que experimentamos el desplazamiento de los límites que nos hicieron creer y obedecer[4]. Para espanto de las racionalidades políticas que hasta ahora son hegemónicas, la desobediencia feminista cuestiona la eficiencia de los recursos de poder dominante, y también produce un gran desorden epistémico. Si la revolución feminista desafía poderes, el desorden feminista obliga a todo lo anteriormente existente deba confrontarse con sus propios límites, tanto político prácticos como intelectuales. Así es que este momento se define también por una nueva paradoja: el anti feminismo es un núcleo conceptual y práctico donde coinciden actores inesperados.
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La expansión de la influencia feminista recibe como réplica un abanico de violencias que se sostienen discursivamente como una cruzada mundial contra la “ideología de género”. La pretensión de restituir multitudes al antiguo orden de subordinación multiplica los ataques materiales y simbólicos contra mujeres, personas feminizadas y disidentes del sistema sexo-género dominante. Esa reacción ocurre en paralelo a múltiples formas de precarización de la vida en sociedades que acumulan el combustible fósil de largas frustraciones colectivas. Un detonante de violencias es la rabia del macho que entra en conflicto con la nueva potencia feminista desde el menguante poder de unas masculinidades acostumbradas a monopolizarlo en todos los ámbitos significativos. Para el foco del interés de esta nota, señalo que ese fenómeno se expresa reiteradamente en la pretensión de las machirulocracias partidarias de recrear su potestad patrimonial para definir los marcos de legitimidad donde las mujeres pueden desarrollar su acción política sin estorbar. No pocos cuadros dirigentes subliman las frustraciones electorales propias señalando que la “prisa feminista” rompió el ritmo razonable para los procesos de reformas políticas y culturales, y que esa ruptura promovió el avance de las derechas. Nada menos.
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Los partidos normalizan
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Como señalé al comienzo, la divergencia de enfoques y prácticas entre feminismos y partidos de izquierda no es novedosa. En esta misma plataforma se recoge el antecedente de un taller dedicado a ese tema que se realizó durante el XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en 2009. Participaron más de 200 militantes feministas y de partidos que se reconocieron protagonistas de décadas de esfuerzos para influir en el partidismo con más feminismo. Aunque se convocaron para evaluar siete años de gobiernos de izquierda en la región, las discusiones desbordaron un balance de agendas para desplegar el asunto crucial de las identidades propias y de los partidos[5]. Las conclusiones están atravesadas por la frustración, ya que el ejercicio de gobierno parece haber multiplicado planos de incomprensión y hostilidad de los partidos de izquierda hacia las feministas. No obstante, o tal vez precisamente por eso, las militantes reafirmaron su condición de agentes políticas y la voluntad de llevar las luchas feministas a todos los niveles posibles. A la frustración de sus expectativas partidarias respondieron preguntándose por su propia fuerza ¿a qué hora vamos a hacer la revolución feminista? Pues bien, la respuesta a aquella pregunta es que está ocurriendo ahora; y también, en plena revolución, el feminismo provoca impaciencia, fastidio o abierta hostilidad en unas izquierdas partidarias en situación de retroceso y perplejidad. Entre antiguas derrotas mal digeridas y los hábitos ideológicos adquiridos gobernando la normalización capitalista patriarcal, las izquierdas progresistas no soportan mirarse en el espejo de las subversiones feministas. En este punto quiero ser muy preciso, porque la evaluación del ciclo progresista compromete la acción y el compromiso de centenares de mujeres (y algunos varones) que lucharon con éxito para hacer avanzar los derechos y continuar hacia una apuesta política que trascendiera las agendas legislativas. No afirmo que durante los gobiernos progresistas no avanzaron las agendas de género. Sí avanzaron, en algunos países mucho y con resultados significativos para las mujeres y otros grupos sociales discriminados. Lo que sostengo es que, llegado cierto nivel de conflicto, el desafío feminista excede lo que pueden comprender y tolerar las izquierdas partidarias. El feminismo es un espejo donde ya no quieren mirarse; un espejo roto que les devuelve la imagen desordenada de viejos sueños y fracasos recientes. Puedo ejemplificar lo que afirmo desde la experiencia uruguaya, que es para mí la más frecuentada.
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Entre todos los izquierdistas normalizadores del continente el más vistoso es José Mujica. A diferencia de un canalla como Daniel Ortega, Mujica no gobernó como enemigo de los derechos de las mujeres. Por el contrario, durante su gobierno se salvó parcialmente el agravio hecho por el Frente Amplio cuando en 2008 el presidente Tabaré Vázquez vetó la ley de interrupción voluntaria del embarazo. También se aprobaron otras leyes para remover discriminaciones inaceptables hacia las personas que viven sexualidades disidentes, entre otros asuntos vinculadas a la llamada agenda de derechos. Pero el buen talante de “el Pepe” entra en crisis cuando la tensión entre revolución feminista y reacción fundamentalista escala otros niveles, y el izquierdista normalizado se acerca con más facilidad a las razones del viejo orden de géneros que a las demandas de quienes lo impugnan. Así se revela Mujica cuando trata de “explicar” la derrota electoral del Frente Amplio y el avance de una novedosa derecha que es militarista, populista, violenta y radical en su anti feminismo. El ex presidente argumenta, en su versión soez, que fueron las feministas quienes excitaron el alma conservadora uruguaya, provocaron a los militares y despertaron un liderazgo mesiánico de ultraderecha. Las feministas brasileñas fueron objeto de acusaciones semejantes con motivo de haber promovido la lucha callejera contra Bolsonaro bajo la consigna “ele nao”. También las bolivianas porque se atrevieron a cuestionar aspectos inaceptables de las políticas de Evo Morales… entre tantos otros episodios similares que saltan de la memoria sin gran esfuerzo. Con lo anterior, estoy afirmando que el antifeminismo de Mujica no es original ni casual, sino un modo consolidado de apreciar la sociedad y practicar la política. Aunque no se enteren, ese modo de ser político de izquierda está en bancarrota. Un signo de eso es, precisamente, la incapacidad que muestran sus liderazgos y colectivos dirigentes para dialogar con lo nuevo que se expresa en las sociedades. Porque contrariamente a lo que sostiene la vulgata perpleja y quejosa, las feministas insertas en numerosos movimientos sociales, aportan actualmente las mayores cuotas de novedad teórica y práctica[6]. Así las cosas, serán aquellas feministas que habitan el mismo “ombligo ideológico y emocional”[7] que los partidos de izquierda quienes, si les interesa, deberán encontrar los términos de replantear una relación que definitivamente nunca será sencilla. Porque para las multitudes de jóvenes feministas que la revolución produce cada día, este asunto no parece ser un (gran) tema.
Todas las brujas
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Algo me sorprende cuando suena el clamor somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar. Todas las brujas. Todas las herejías. Todas las rebeldías contra todas las injusticias presentes aquí y ahora. Las conocidas y las ignoradas. En esa aspiración de canalizar en primera persona todas las afrentas de siempre y todos lados se concentra aquello que fue seña de identidad de las izquierdas revolucionarias. El feminismo propone revolucionar la vida y la victoria no es una promesa futura. Empieza a ser durante el encuentro callejero y la politización radical de la vida. Esa es la revolución feminista. Aunque los izquierdismos patentados no puedan digerirlo, esa reivindicación de todas las brujas es la más actual recreación de aquella invitación, tan sesentista, a reconocernos compañeras en el temblor indignado por la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.
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Dejo una última señal. Sería oportuno asumir que, a la hora de elegir alianzas para superar la actual crisis de la democracia, no existe tampoco ninguna fuerza más radical que el feminismo. Como movimiento político y social aporta tensión y densidad desde su capacidad transformadora de la democracia. El feminismo se desarrolla en el interior del sistema democrático y lo fortalece removiendo injusticias estructurales que lo fragilizan y debilitan. Exactamente lo contrario que esas tantas iglesias, empresas, logias, fratrías y miliquerías que en muchos países funcionan como sostenes del oportunismo electoral para los partidos de izquierda. Usted elige, compañero.
[1]Estos fenómenos no pueden considerarse novedosos ni inéditos en el continente. Entre otros, para Uruguay los analizó Alvaro Rico, en lo que describió como “camino democrático a la dictadura” (1973-1985) en Como nos domina la clase gobernante, 2005, Trilce, Montevideo. Lo novedoso es el carácter global y prácticamente simultáneo de la tendencia, y la ausencia de intentos razonables de interpretar estos fenómenos más allá de las coyunturas.
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[2] Uso la idea “desorden” en el sentido que le escuché y leí formularla a Alma Espino, quien interpreta las reacciones anti feministas como respuestas a las ideas que desordenan el “tablero” social, cultural y económico es decir, el sistema capitalista asentado en un cierto orden de género. Amplía de ese modo la misma categoría (desorden) usada anteriormente por Carole Pateman para analizar la exclusión de las mujeres del orden democrático Espino señala que la búsqueda de la igualdad de género cuestiona el orden de género y por lo tanto las bases de sustento del sistema capitalista.
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[3]Con belleza Marta Lamas lo resume así “No existe en el mundo fuerza más poderosa que una idea a la que ha llegado su tiempo (...) y hoy esa idea que moviliza a millones de mujeres es ¡basta de acoso! [donde se condensan muchos otros significados que pueden resumirse en] ¡basta ya de machismo! ”Marta Lamas Acoso, denuncia legítima o victimización, FCE, México, 2018.
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[4]Uso la expresión potencia feminista tomándola como categoría de análisis en el sentido que desarrolla Verónica Gago en su libo llamado precisamente de esa manera. Verónica Gago, La potencia feminista O el deseo de cambiarlo todo. tinta limón Editores, 2019 Buenos Aires.
[5] “Hemos caminado junto a ellos un trecho importante de nuestras vidas, dentro o fuera de sus estructuras, y sólo nosotras sabemos el precio que hemos pagado, y seguimos pagando, por intentar incorporar la agenda feminista, que es ante todo una agenda de libertades y de justicia social, en el ideario de una izquierda que nunca nos ha entendido ni aceptado totalmente.”
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[6]En el contexto de esta nota no vale la pena intentar siquiera un inventario básico de los aportes que hacen las feministas a los núcleos críticos de asuntos que históricamente fueron absorbidos por las intelectualidades orgánicas de las izquierdas. Para delinear a mano alzada el horizonte de desafíos intelectuales que aborda el pensamiento feminista, también nombrar (algunas) alcanza: Silvia Rivera Cusicanqui, Sara Ahmed, Yayo Herrero, Silvia Federici, Sayak Valencia, Verónica Gago, Rita Segato, Nancy Cardozo…
[7] Uso la misma expresión con que se definieron las participantes del taller de 2009 en México.