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La Sufragista y el dictador

Graciela Sapriza

El largo camino recorrido por las sufragistas para lograr el voto femenino en América Latina puso en evidencia diferentes negociaciones, contradicciones y hasta traiciones. En este artículo recordaremos -como siempre- a las luchadoras consecuentes, aunque también ponemos a luz a las que establecieron turbias alianzas con dictadores. Seguir el guión trazado por ellas a lo largo y ancho del continente en la primera mitad del siglo XX nos interpela como feministas hoy, porque en sus huellas resuenan las luchas y estrategias actuales y futuras.

Un contexto turbulento

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La “revolución silenciosa” protagonizada por las mujeres latinoamericanas comenzó a inicios del siglo XX con las luchas por los derechos políticos y civiles. Ya a fines del siglo XIX, algunas pioneras levantaron la voz contra el sistema patriarcal que las excluía. Las Constituciones y Códigos civiles aprobados en el proceso de la Independencia siguieron idéntico patrón: impedirles el voto, no permitirles administrar sus bienes, ni elegir su residencia, tampoco proteger su vida en caso de adulterio. 

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Estas luchas por la igualdad se desarrollaron en contextos de extrema fragilidad institucional. Las incipientes Repúblicas estuvieron sometidas a reiterados golpes de estado y a la instauración de prolongadas dictaduras. La figura del dictador recorre la historia latinoamericana: gobernantes de sus países por décadas, establecieron incluso dinastías familiares sucesorias. Su figura es tan potente que llegó a ser la “criatura mitológica”, personaje central de grandes novelas como El Señor presidente, de Miguel Ángel Asturias (1946), El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez; Yo, el supremo (1974) de Roa Bastos, y El recurso del método (1974) de Alejo Carpentier. 

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Esta producción refleja hechos históricos. Porfirio Díaz gobernó México desde 1876 a 1911 (35 años). Su caída fue el inicio de la Revolución Mexicana. Guzmán Blanco, “autócrata ilustrado” y masón, gobernó Venezuela desde 1870-1888 (18 años). Le siguió Juan Vicente Gómez dese 1908 a 1935. En Guatemala, el gobierno de Manuel Estrada Cabrera se extendió desde 1898 a 1920 (22 años). La dictadura de Gerardo Machado en Cuba se prolongó desde 1925 hasta 1933. Santo Domingo vivió 31 años bajo la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961). Paraguay sufrió la dictadura de Alfredo Stroessner desde 1954 a 1989 (35 años).  

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Y aún más, en los años 70´, mientras circulaban las novelas del “realismo mágico”, el Cono Sur de América se hundía en uno de los períodos más oscuros de su historia con la secuela de golpes militares que instauraron el terrorismo de estado iniciado en Brasil (1964), continuado en Uruguay, Chile (1973) y Argentina (1976). 

Sufragistas

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     El mayor obstáculo que encontraron las sufragistas de principios de siglo XX fue el miedo que despertaba en la sociedad el intento de cambiar los roles de las mujeres, lo que suponía poner en “riesgo” a la familia. Por eso, algunas feministas estuvieron en contra del sufragio, y se escudaron tras una fachada maternal y abnegada. 

     En un artículo de la Revista Acción Femenina, órgano del Consejo Nacional de Mujeres de Uruguay, se publicó en 1919 el diálogo entre una “dama de sociedad” y un encumbrado abogado del medio: -“¿Es posible mi amiga que sea usted sufragista?  Usted una mujer tan elegante y distinguida ¿dónde quedarán los lindos piececitos calzados a lo Luis XV?

- Pero, Doctor, si no cambiaré mis zapatos Luis XV para ir a las urnas” respondía ella, expresando que votar no amenazaría la organización social. No cambiaría sus zapatos elegantes, no dejaría de ser una mujer blanca, educada y de clase alta en países en los que la población era predominantemente mestiza, negra, indígena; original. 

     Paradojalmente, ese sesgo “conservador” operó como un verdadero imán para esos gobiernos autoritarios (y populistas) que enumeramos al principio. Articular los deseos de igualdad legal de feministas y sufragistas con estos agitados devenires políticos constituyó un desafío extraordinario.

foto Jebele Sanz votando 1942 001.jpg

La fórmula del éxito

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1932 resulta una fecha muy significativa, por ser el año en que se aprobó el sufragio femenino tanto en Uruguay como en Brasil. Y es inequívocamente cuando se inauguró el voto para las mujeres en América del Sur. La fórmula del éxito fue la conformación de movimientos de mujeres con una clara meta política y alta capacidad de negociación que sumó aliados a su causa. Los colectivos sufragistas además tuvieron la fortuna de encontrar conductoras destacadas (leader en lenguaje de la época) de permanente fidelidad a los ideales de emancipación de la mujer, que contaron con el apoyo de asociaciones internacionales pro sufragio. En Brasil destaca la figura de la bióloga Berta Lutz, y en Uruguay la médica Paulina Luisi[3]. 

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Sin embargo, hay procesos que rompen este canon. En ellos, aun reuniendo esa suma de condiciones (líderes sufragistas, políticos aliados) pasarán décadas sin lograr esa conquista. En México, a pesar de una revolución en la que las mujeres participaron activamente, no se promulgó el voto femenino ¡hasta 1953! Argentina recién en 1947 y Chile en 1949. Una posible explicación a esta anomalía es que las elites liberales y progresistas temían al voto por temor al supuesto “conservadurismo” de las mujeres (y la influencia de la iglesia católica) que retrasaría las reformas sociales en curso. 

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Por el contrario, el (hipotético) sesgo conservador que aportaría el voto de las mujeres fue un atractivo imán para aquellos gobiernos dictatoriales tan característicos de la historia de América Latina. El sometimiento y aún la anuencia de algunas líderes sufragistas ante los dictadores, oscurecen el paisaje de la emancipación femenina. Estas figuras constituyen a las “traidoras”, “pérfidas”, de nuestro artículo.

 

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Pérfidas 

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El encuentro entre una sufragista y un dictador. Los dos protagonistas frente a frente. ¡Qué escena! ¡El Supremo calculando las ventajas de hacerle caso a esta mujer! Ella bregando por la causa aunque dispuesta a ceder algún principio con tal de conseguir el voto  que considera, “la piedra angular de todos los derechos.” ¿Y, si fuera posible? (piensa ella) ¡La imaginación se ha disparado, la imaginación vuela hacia zonas insospechadas! Comienza entonces una turbia negociación entre el dictador y la sufragista. 

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Algunas connotadas sufragistas se aliaron con gobiernos dictatoriales para conseguir la aprobación del voto femenino, así fue en Cuba con Gerardo Machado (1925-1933), Perú con el general Manuel Odría (1948-1956), Colombia bajo Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), y el Paraguay de Stroessner (1954-1989). 

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La década de 1920 fue trágica en Cuba, marcada por la dictadura de Gerardo Machado en la que abundaron los asesinatos, aun en el extranjero, como fue la muerte de Antonio Mella en la ciudad de México[4]. Sin embargo, ¡Machado propuso el voto para las mujeres! La cubana María Collado respondió al llamado y formó el Partido Demócrata Sufragista, apoyando la dictadura que fue derrocada en 1933 sin sancionar el sufragio[5].

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En 1919, Augusto Leguía -dos veces presidente de Perú- dio un golpe de estado para asegurarse la continuidad en el poder, que ejerció hasta 1930. En 1920 había concedido el voto a los varones alfabetos, pero no a las mujeres. El político Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA[6], sustentaba la participación cívica femenina, pero luego de la fracasada revolución de 1930, muchos de sus miembros debieron actuar desde la clandestinidad o en el exilio. En sus filas destacaba la joven Magda Portal, opuesta a las “viejas” o  Z.A.C. (por su dirigente: Zoila A. Cáceres) acusadas de haber sido partidarias de Leguía[7]. Las mujeres peruanas recién consiguieron sus derechos políticos a costa de la manipulación ejercida por el dictador de turno: el General Manuel Odría que les concedió el voto a las alfabetas en 1956.

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La movilización de las mujeres colombianas en la década de 1940 se relaciona a la irrupción en la vida política del notable líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Con su asesinato en 1948 se desató la llamada “Gran violencia” que trajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). En estas circunstancias los movimientos feministas se disgregaron surgiendo en cambio la figura de Esmeralda Arboleda que se vinculó al gobierno dictatorial, logrando que en 1954 se sancionara el voto para las mujeres. 

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En mayo de 1954, el General Alfredo Stroessner dio un golpe de estado y se mantuvo en el poder hasta 1989. Fue un gobierno caracterizado por una tenaz persecución a opositores de izquierda, constatándose su activa participación en el Plan Cóndor[8] que hizo desaparecer a miles de militantes de la región sudamericana. Unos años antes, en 1951, había surgido la Liga Paraguaya Pro Derechos de la Mujer en la que participaban mujeres conservadoras. Su presidenta Isabel Arrúa Vallejo dirigió el periódico El Feminista. Fue muy complaciente con el régimen, tanto que nombró a Ligia Mora de Stroessner presidenta honoraria de la entidad. Paraguay fue el último país latinoamericano en acordar el sufragio en julio de 1961. 

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Perplejidades

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El largo camino recorrido para llegar a la meta, puso en evidencia las diferentes negociaciones de las feministas para obtener el sufragio. Seguir el guión trazado por ellas a lo largo y ancho de América en la primera mitad del siglo XX describe una movilización que involucró predominantemente a mujeres blancas, educadas, de clase media y específicamente urbanas. 

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A estos procesos se suman los devenires individuales. De allí el despliegue de la fidelidad a la causa, o la traición a sus principios (la perfidia) con tal de lograr ser consagradas como “ciudadanas”, aun a costa de turbias alianzas. Paulina Luisi, la líder sufragista uruguaya proyectada a escala internacional (se movió siempre entre dos mundos, fue delegada del gobierno en la Sociedad de Naciones, participaba en los Congresos feministas desde el 1º, que tuvo lugar en Cristiania, Noruega, en 1920), no pudo disfrutar de la conquista del sufragio (diciembre de 1932), ya que apenas aprobado el voto, Gabriel Terra dio un golpe de estado (1933). Paulina renunció a todos sus cargos oficiales, regresó al país donde desarrolló desde el llano una militancia “anti fascista” que, en definitiva, era contra la dictadura. En las elecciones de transición a la democracia en 1938, impugnadas por los sectores democráticos y abstencionistas, la “agitadora sufragista” recomendó a las mujeres no votar. Vivió ese episodio como una “amarga cosecha” cuando observó que iban a ser llevadas como “corderos de un rebaño” por los políticos conservadores[9].

[1] El texto resume una versión anterior y más extensa del sufragio femenino en América Latina: “Las furias, el voto y la fortuna. Devenires del sufragismo Latinoamericano” en, Josep Lluis Martin I Berbois i Susanna Tavera (eds.) Sufragisme i sufragistes. Reivindicant la ciutadania política de les dones. Colección “Referents”, 10. Barcelona: Memorial Democratic, Generalitat de Catalunya. 2019. 

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[2] En esta nota no tomo en cuenta 1929, fecha en la que se “permitió” votar a las mujeres en Ecuador. Y tampoco me refiero al plebiscito de Cerro Chato (Uruguay) en 1927, que fue una excepción a nivel municipal, artículo aprobado en la Constitución de 1919. 

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[3] Un rasgo paradójico es que las dos sufragistas tuvieron dificultades en ingresar a la representación política: Berta Lutz, por la competencia con Carlota Pereira de Queiroz (que se decía anti-feminista) y que fue la primera en ganar un escaño en la Constituyente de 1932; Paulina, por su propia voluntad de renunciar a cualquier cargo de representación política.  

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[4] ​Conocido dirigente cubano, exiliado en México junto a su pareja, la fotógrafa vanguardista Tina Modotti (Tinisima, Poniatowska, Elena. Ediciones Era. 1992). 

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[5] En enero de 1934 se otorgó el voto a las mujeres por decreto  (Stoner, K.L., “El movimiento sufragista cubano”, en Rodríguez Saenz, E., Un siglo de luchas femeninas en América Latina. Ed. De la Universidad de Costa Rica. 2005).

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[6] APRA: Alianza Popular Revolucionaria Americana, antecedente del actual Partido Aprista Peruano (PAP). 

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[7] En el círculo congregado alrededor del pensador Carlos Mariátegui y la Revista Amauta, se perfiló una visión más radical del papel de la mujer en la sociedad, aunque estuvo reducido a grupos urbanos.

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[8] Un sistema de coordinación represiva entre, fundamentalmente, Chile, Argentina y Uruguay, también Paraguay y Bolivia, con menor participación de Brasil, con la anuencia de los Estados Unidos de América (Secretaría de DDHH de la Presidencia de la República, 2018).

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[9] En las elecciones de 1942, en las que fueron elegidas las primeras cuatro legisladoras de la historia del Uruguay, Paulina Luisi renunció a ser candidata del Partido Socialista. Fue una doble renuncia, ya que en esa legislatura (1943-1947) se aprobó la Ley de Derechos Civiles de la mujer por la que había bregado toda su vida. Una mujer proyectada en la esfera pública que renunció a toda delegación política partidaria, resulta, por lo menos, paradojal.

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