Recuerdos con
Rosa Dominga Trapasso
Escucha y debate
Cecilia Olea Mauleón
Feminista peruana del Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”
e integrante de la Articulación Feminista Marcosur (AFM)
Rose, como la llamábamos con cariño, nació a orillas de las cataratas del Niagara el 23 de setiembre de 1924 y partió de este mundo, desde Lima, el 14 de julio de 2019. Estudió Trabajo social e ingresó a la congregación católica de Mayknoll. En la década del sesenta viajó a Bolivia en compañía de otra hermana religiosa, Timotea Galvin, y en 1970 ya se encontraban en Perú trabajando con Caritas, para ayudar a las personas damnificadas por el terremoto de mayo de 1970, uno de los que se cobró más vidas, sobre todo, en el norte del país. En Lima trabajaron en los barrios de reciente formación como resultado de los terrenos rescatados principalmente por la población migrante. En sus conversaciones, Rose contaba que quedó impactada con la fuerza de las mujeres para sacar adelante sus vidas y la de sus familias. Para ellas, el gobierno de Juan Velasco (1968-1975) significó lo más cercano a la justicia social en un país tan desigual, racista y sexista.
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Conocí a Rosa Domingo en 1978, cuando desde mi militancia política troskista había descubierto la existencia del feminismo. A fines de los 70, en Lima había una efervescencia social y política, grandes paros nacionales. Luego de 12 años el gobierno militar había convocado a Asamblea Constituyente y muchas de nosotras trabajábamos arduamente para lograr la revolución que veíamos a la vuelta de la squina. No sé cómo me enteré de la existencia de Creatividad y Cambio, un espacio creado por Rosa Dominga y Timotea para la difusión de textos (traducciones a mimeógrafo) sobre diversos temas, en especial sobre feminismo, mujer y temas de política mundial. Estaba ubicado en una calle bastante tranquila, en centro de la ciudad, y entré a comprar folletos sobre la mujer. Era como entrar a otro mundo; estaba acostumbrada a las asambleas de partidos que muchas veces terminaban a silletazos y se imponía el que más fuerte hablaba. Allí, Rosa Dominga me recibió con una gran sonrisa. Me preguntó que deseaba y quedé maravillada frente a tanta publicación a mimeógrafo a precios asequibles para estudiantes de la universidad pública. Tenían la “Serie de Mujer”. Traducían textos
de feministas norteamericanas –que entonces eran desconocidas para nosotras–, claves para iniciarse en el pluralismo de ideas y prácticas del feminismo y sobre todo para pensar que los fenómenos sociales casi siempre son mundiales.
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Posteriormente Rosa y yo nos encontramos en la Casa Feminista que gestionaron Creatividad y Cambio, Alimuper [1] y el naciente Centro de la Mujer Peruana Flora Tristan. En ese local hacíamos las reuniones del Colectivo de Coordinación Feminista (en mi caso, iba como representante de la Comisión de la mujer del
Partido Revolucionario de los Trabajadores). Eran épocas de descubrimiento de nuestro ser mujer y de los esfuerzos por intercepcionar clase y género. Los debates eran apasionantes: convergían propuestas políticas, testimonios y lo aprendido en las lecturas que devorábamos en ese proceso de descubrir una nueva forma de ver el mundo.
Rose tenía una gran capacidad de escucha. Cuando nosotras, desde categorías más ligadas a un marxismo ortodoxo, llegábamos a alguna propuesta “obvia”, ella intervenía con mucha firmeza: desarmaba todo nuestro andamiaje y nos desafía a complejizar nuestra mirada, sentimientos y propuestas.
Estuvimos juntas en la movilización por el aborto que realizamos el 31 de mazo de 1979, cuando –máximo– una decena de mujeres recorrimos algunas calles de la ciudad. En 1980 ya se habían realizado las primeras elecciones generales después de 12 años de gobierno militar. Perú era sede del concurso de Miss Universo y Rose propuso que protestáramos contra la utilización del cuerpo de la mujer como mercancía. Durante casi dos semanas nos apostamos en la puerta del hotel que alojaba a las misses y sostuvimos pancartas: “Sea fea o sea hermosa la mujer no es una cosa”. No fue fácil: el público nos llamó feas, frustradas, gordas envidiosas.
Poco a poco dejé mis clases universitarias y dediqué todo mi tiempo y energía a hacer la revolución que ya no era solo socialista sino también feminista. Esto me permitió tener mucho tiempo para estar en Creatividad y Cambio, y conversar mucho con Rosa Dominga. Di rienda suelta a mi curiosidad, muchas veces fue bastante impertinente. Uno de mis temas favoritos era: ¿por qué Rose seguía siendo monja si la iglesia católica era una institución patriarcal y además dios no existía? Con la mirada fija me explicó que la espiritualidad, para ella, va más allá de las estrechas y rígidas paredes de la institucionalidad de las iglesias, que provenía de esa práctica cultural espiritual y que esa era forma con la que se conectaba con las personas, día a día.
Timotea Galvin era la compañera inseparable de Rosa Dominga en Creatividad y Cambio. Vivían en un barrio pobre en la zona este de la ciudad y tenían vínculos estrechos con sus vecinos y vecinas. Ellas eran referentes frente a las tensiones en las relaciones familiares. Constituían el bálsamo al que recurrir sin necesidad de ser juzgados. En ellas las personas encontraban un oído y un gran corazón que las acogía y las sostenía frente a los dilemas de la vida familiar.
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Recuerdo con nitidez cuando asumió el nuevo mandatario, Fernando Belaúnde Terry, en julio de 1980, y Rose dijo: tenemos que hacer que firme la CEDAW. CEDAW, ¿qué es? Nos explicó entonces la importancia y la trascendencia de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Redactamos –en máquina de escribir mecánica – una carta firmada por los colectivos y organizaciones para que Perú ratificara la CEDAW. El Estado peruano lo concretó el 1 de junio de 1982.
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La violencia contra las mujeres, particularmente las trabajadoras sexuales, y la cosificación en la propaganda y la pornografía, fueron parte de los tópicos que más le preocupaban. Rosa Dominga formó un grupo denominado “El Pozo”. Un equipo de voluntarias –muchas de ellas trabajadoras sociales– trabajaban directamente con las mujeres en situación de prostitución. Se levantaban cerca de las tres de la mañana e iban a los lugares donde se encontraban estas mujeres, conversaban con ellas y construían un clima de confianza, de escucha, de soporte. Rosa transitó por lugares bastante peligrosos en términos de seguridad ciudadana para establecer esa relación: las apoyaba para que acudieran al servicio médico, para que aprendieran otras habilidades, para que usen y conozcan métodos anticonceptivos y formas de preservar su salud. Uno de los momentos más importantes –me contó muchas veces– eran las reuniones de camaradería que organizaban con estas mujeres; esto les permitía romper el miedo a ser identificadas y encontrar pares con quienes compartir sus vidas, sus angustias y alegrías. En esas reuniones ellas asistían con su prole. Lo más importante, decía, era que recuperaran el sentimiento de dignidad, que no se sintieran culpables. En las reuniones Rose hacía que no olvidemos estas dimensiones de esta forma de explotación, que no se reducían a la relación capital-trabajo, lo que nosotras mejor conocíamos dada nuestra historia político partidaria.
Rosa Dominga estuvo en el colectivo organizador del II Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe (Lima 1983). Nuestros debates eran inacabables y en la mayoría de las ocasiones las discusiones apasionadas hacían que termináramos las reuniones con caras largas y de pocas amigas. Pero el encuentro finalmente salió, y con sus aciertos y debilidades fue un hito muy importante.
Rose fue parte de la organización del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, y también de la creación del Centro de Documentación de la Mujer, de Talita Cumi [2] (Levantate Mujer). Este último fue un colectivo de mujeres cristiana, un espacio ecuménico que reflexionó acerca de cómo ser feminista sin abandonar la espiritualidad. Muchas veces, “las no creyentes” fuimos invitadas a sus ceremonias y pudimos sentir una hermandad muy grande y estimulante.
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En los últimos 10 años, Rose se trasladó a Arequipa y desde ahí animó a las feministas de esa región. Luego regresó a Lima por algunos problemas de salud. A sus 92 años asistió a la manifestación masiva contra la violencia a la mujer “Ni una menos”. Se sintió orgullosa y satisfecha de cuánto habíamos crecido y logrado.
Rose marcó la vida de todas las que la conocimos y la seguirá marcando. Su agudeza en la reflexión, su compromiso y su lectura constante son llamados de atención que siempre las llevaremos. Gracias Rosa Dominga y gracias por hacernos conocer también a Timotea.
[1] Acción para la Liberación de la Mujer en el Perú, colectivo feminista creado en 1973.
[2] Tomado de la Biblia, vocablos arameos, telita qumi, muchachita, levántate.