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Guacira Oliveira e Carmen Silva

Fascismo: desafío para la política feminista

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En ciencia política, los estudios y definiciones sobre el fascismo hacen referencia al fascismo italiano y al nazismo alemán de la primera mitad de siglo pasado. El fascismo es una forma política compleja y desde la perspectiva feminista buscamos comprender los elementos que se apoyan mutuamente para sostener ese proyecto ideológico (valores, moral, principios) y de dominación.


Los fascistas cultivan la idea de que la sociedad está al borde de una catástrofe para movilizar a las masas en torno a una solución autoritaria y conservadora. Alimentan el pánico social para favorecer el clamor popular por la mano poderosa del gobierno, autorizan la destitución de la fuerza popular a favor de un liderazgo carismático. Es la colonización del deseo anti-institucional por el propio orden, como afirma Vladimir Safatle.


Los regímenes fascistas valoran la violencia como elemento creativo y regenerador del cuerpo político. Defienden la eliminación de partidos políticos disidentes; promueven el terror policial organizado por el Estado contra todos aquellos sujetos (individuales o colectivos) vistos como enemigos del régimen; proyectan el imaginario de una idea de identidad nacional sin fisuras, movilizan a la sociedad civil en torno a la unidad mística de la nación, construyendo la nacionalidad sobre la base de valores xenófobos, etnocéntricos y racistas.

Hitler, en el siglo pasado, señaló a los alemanes arios (blancos, de raza pura), como una promesa de nación purificada y grandiosa, fundada en un nacionalismo expansionista, estadista. Bolsonaro, por su vez, blandió “Dios arriba de todos, Brasil arriba de todo”, pero, diferente de Hitler, propone un entreguismo privatizador, ultraneoliberal y la sumisión del Brasil al imperio estadounidense, bajo la guardia de Trump.


El miedo es una emoción absolutamente indispensable al fascismo. La movilización del miedo captura corazones y mentes en favor de la preservación del orden patriarcal, racista, capitalista, heteronormativa, etnocéntrica.

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El enaltecimiento de la familia patriarcal heterosexual y monógama y, consecuentemente, la sujeción de las mujeres a las atribuciones que el patriarcado les impone en el ámbito doméstico (siempre diferenciadamente, respetando las jerarquías raciales y étnicas) es un elemento basilar del orden fascista.


La libertad sexual, la subversión y la desconstrucción de las jerarquías de género, de los roles y atribuciones determinadas para cada sexo son vistos como desintegradores, promotores del desorden y del caos y, por ello mismo, necesitan ser severamente reprimidos. La amenaza al orden sexual conservador genera mucho miedo.

 

El fundamentalismo religioso, por ello mismo, es altamente compatible con el fascismo social. Para no correr el riesgo del pecado, de la culpa, del castigo, de la condena al sufrimiento eterno, la represión y la violencia son recursos siempre bienvenidos, a fin de preservar el orden y las buenas costumbres patriarcales, racistas, xenófobas, LGTfóbicos, eugenistas.

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El miedo al cambio (en las relaciones sociales de dominación/subordinación y de explotación), a la transformación y al desconocido genera, en las personas que lo experimentan, parálisis, aversión al movimiento, estancamiento. Desplazarse, salir del lugar de siempre, relacionarse con las personas y con el mundo desde otro lugar puede producir inseguridad, incomodidad, desequilibrio. Es arriesgado y, muchas veces, la incomodidad crece tanto que se transforma en pánico. Por ello, la resistencia al cambio se impone, aun cuando la permanencia es insatisfactoria; es decir, la insatisfacción puede ser una antigua conocida, ya controlada, y el cambio lleva a lo nuevo, que nunca se está seguro de cómo será.


Cuando el miedo se impone, el deseo de protección es enorme. Y para suministrarlo, la persona que está sintiéndolo moviliza sus defensas internas y demanda fuerzas externas para protegerse. El recurso a la violencia se engatilla rápidamente. La violencia queda autorizada para proteger el orden, sea en las relaciones interpersonales, institucionales, en los espacios públicos, en los medios de comunicación, sea en la intimidad.


El Estado autoritario, las instituciones religiosas conservadoras, el patriarcado, los dueños de ganado (¡y de gente!) están autorizados a reprimir y punir para evitar la desobediencia del orden, prevenir el caos, librar a las personas de la sensación de impotencia, eliminar lo que sea nuevo, libertario, prohibido, desconocido, extranjero, pecaminoso.


El Estado fascista es paranoico, militarista, belicoso, tanto a lo que se refiere al enemigo externo (terrorista en las fronteras), como a lo que respeta a la criminalización del aborto, o en los tiempos actuales, en relación a la escuela sin partido, a la “ideología de género” y a la “cura gay”.

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No hay respeto a la diferencia, ni tolerancia, mucho menos solidaridad cuando el fascismo prevalece. Como señala Vladimir Safatle, impera la insensibilidad absoluta en relación a la violencia con clases vulnerables e históricamente marcadas por la opresión. Para Safatle:


Es la implosión de la posibilidad de solidaridad genérica. Esa insensibilidad expresa el deseo inconfeso de que las estructuras de visibilidad de la vida social no sean transformadas. Porque toda política es una cuestión de circuitos de afectos y estructuras de visibilidad. Se trata de definir lo que puede afectarnos, con qué intensidad, a través de qué velocidad. Y, por tanto, hay que gestionarse
los preceptos de lo visible, el modo como las existencias son reconocidas. En la vida social, ser reconocido es existir. Lo que no es reconocido no existe. Pero ser reconocido no significa solo un reconocimiento de lo que ya existía. Todo reconocimiento exige que aquel que reconoce cambie también, porque este pasa 
a habitar un mundo con cuerpos que antes no lo afectaban. Y ello es lo que les aparece a algunos como insoportable.

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Wilhelm Reich, en “Psicología de Masas del Fascismo”, afirma que la posición político-
ideológica de una persona (colectividad) es la expresión racional de sus emociones, que ni siempre son conscientes, pero son sentidas en el propio cuerpo. Así, el cuerpo y las
emociones están en el centro de la vida política, sea libertaria o fascista, para emancipar o para reprimir.


En el contexto del fascismo, el miedo es el afecto político central y, por consiguiente, el
culto a la violencia es una de sus grandes marcas, como subraya Safatle:

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Se trata de creer que la impotencia de la vida ordinaria y de la expoliación se vencerá a través de la fuerza individual de aquellos que en fin tendrían el permiso legal para utilizar armas, salir a las calles de camisetas negras (en el Brasil, amarillas), hablar lo quieran sin preocuparse con lo que se denomina la dictadura de lo políticamente correcto. El fascismo, en este sentido, ofrece una forma de libertad. El fascismo siempre se construyó a partir de la vampirización de la revuelta. (…) Pero esa libertad se transforma en liberación de violencia por aquellos que ya no aguantan más ser violados. (…) Es el desorden con la fantasía del orden. Es el gobierno fuerte que me permite desollar a refugiado, disparar con arma de fuego contra comunista, decirle a una mujer “yo solo no te violento porque no lo mereces”, brutalizar toda y cualquier relación social. Ese va a ser siempre uno de los peores efectos de un gobierno fascista: crear una
sociedad a su imagen y semejanza. Como recuerda Freud, no son exactamente los pueblos que crean gobiernos, sino los gobiernos que crean sus pueblos.

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Esa idea expresa, de alguna manera, la situación que vivimos en Brasil hoy. Los gobiernos de izquierda, a pesar de sus acciones, se perdieron en la política conciliatoria de clases y no desarrollismo. Dialogaron con el sindicalismo y con las luchas del campo, pero no alongaran la acción para absorber las necesidades de los varios sujetos políticos. Tampoco fueron capaces de impulsar un diálogo fecundo con los diversos movimientos sociales e impulsar una nueva cultura política.


La elección de Jair Bolsonaro y todo el ambiente político-cultural creado presentan varios
indicativos de la reedición de la perspectiva fascista. Ese es un fenómeno que se articula
con la ascendencia de la derecha en todo el mundo, en esta nueva fase del sistema
capitalista. Este momento del capitalismo está construyéndose con el intento de apropiación total de los “bienes” comunes de la humanidad, naturales y culturales, y con la posesión no solamente de la fuerza de trabajo, sino también de los cuerpos trabajadores, en condiciones completamente desprotegidas socialmente. Para ello, políticamente, se 
debe reorganizar la economía en términos ultraneoliberales, o sea, sin ninguna garantía de protección social del Estado para los ciudadanos y ciudadanas, y con fomento y seguridad para la acumulación capitalista.

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En el caso brasileño, hay todavía otras asociaciones igualmente nefastas. El fascismo aquí se presenta imbricados con el fundamentalismo religioso, mayormente neopentecostal[1].
Varias fuerzas político-religiosas manipulan las necesidades espirituales de la población y las subordinan a los dictámenes de su conservadurismo. En este momento, ello es hecho, resguardado por el aparato militar y del poder judicial, y utiliza como instrumento fundamental la comunicación por medio de las redes sociales. Valiéndose de los mecanismos tecnológicos de captura de informaciones personales, organización de grupos de apoyo, consiguen hacer disparos masivos de mensajes específicos y falseamiento de informaciones. Con ello, las fuerzas dominantes intentan capturar y manipular las subjetividades populares y de clase media en tono a sus ideales conservadores, con el fin de ampliar su propio poder. Ese es un reto para el movimiento feminista.


Tatiana Roque evalúa que nadie mejor que Wilhelm Reich, desde hace 80 años, trazó caminos para comprender la psicología de masas que adhirieron al nazismo en Alemania.
Y, seguramente, todavía nos sirve de lección. Reich dijo que:

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la derrota de la socialdemocracia para el nazismo habría sido fruto del alejamiento de la dirección revolucionaria del cotidiano de la vida de las masas. O sea, el sectarismo político de los revolucionarios y su incapacidad de conquistar las masas abrió terreno a que los nazistas manipulen a su favor los deseos y las necesidades de gran parte de la población alemana.

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Pese a que estamos releyendo esas notas tantos años después que Reich las escribió, parece innegable la actualidad de su reflexión. Las fronteras que separan lo personal de lo político, la emoción de la razón, el cuerpo del espíritu, la naturaleza de la sociedad son obstáculos poderosos contra los procesos de transformación social que el feminismo se esfuerza para movilizar. En este sentido, para finalizar, rescatamos la conclusión del artículo actualísimo de Tatiana Roque:

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Es enorme la impotencia de la izquierda organizada para crear políticas que impliquen procesos de subjetivación y que traigan un sentido de pertenencia al enorme contingente de personas que aquí abordé. El trabajo ya fue un modo de dar sentido a la vida, pero no ha sido así en los últimos tiempos. Hay cuestiones estructurales y coyunturales para ello. Sin embargo, es necesario tomar en serio los modos de existencia como siendo parte esencial de la política. Es extremadamente liberador y tranquilizante percibir que nuestras angustias no son nuestras solamente, que las dificultades que experimentamos socialmente no son por nuestra culpa. Nosotras, mujeres, estamos consiguiendo ello. Si el conjunto de la izquierda quiere, podemos ayudar.

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La energía que nos mueve en el movimiento feminista es la solidaridad y la construcción colectiva y colaborativa de los procesos políticos de transformación. Ello exige democratizar el poder también el campo de la izquierda. La simbología de un único líder hablando desde lo alto de un camión con altoparlantes con los puños erguidos no está movilizando a las personas. Los espacios que congregan a las personas en las periferias de las grandes ciudades y en las áreas más remotas funcionan de otra forma. Podemos pensar procesos de resistencia a esa perspectiva fascista que quiere imponerse
fortaleciendo las luchas locales y construyendo espacios de seguridad y de cuidado entre nosotros, en los cuales podamos construir estratagemas conjuntas respetándonos, nosotros de los varios movimientos y partidos de izquierda, como sujetos políticos que somos. En este momento, lo que puede movernos es más y más democracia, incluso entre nosotros.

[1] El elemento central de las iglesias neopentecostales es “la teología de la prosperidad, que afirma que ser bendecido por Dios es lo mismo que tener bendiciones materiales y prosperidad, estableciendo una relación directa entre el beneplácito divino y las ofertas y diezmos (…). Otra característica sobresaliente son los cultos dirigidos para procesos de cura y liberación, en una lucha constante contra, sobre todo, las religiones de matrices africanas, que se consideran como religiones comandadas por demonios”.
Disponible en: http://domtotal.com/noticia/1258786/2018/05/movimento-pentecostal-e-neopentecostal-diferencas-e-semelhancas/. Acceso en: 23/02/2019.

A partir de las lecturas de:

 

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