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Fátima E. Rodríguez

Line Bareiro:

“No hay derecho a tener trabajadoras domésticas, hay un derecho a la igualdad”

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Hasta hace unas semanas, las trabajadoras domésticas paraguayas tenían normas laborales mucho menos beneficiosas que el resto. Dicho de otra manera: legalmente ganaban menos. Finalmente, a tres décadas de la primera organización sindical de estas mujeres, el parlamento paraguayo aprobó la igualdad salarial. Line Bareiro, feminista, abogada y politóloga hace un recorrido histórico de esta larga historia y de cómo se fueron logrando, en cuentagotas, las conquistas para este sector feminizado y uno de los más precarizados del país.

El martes 2 de julio, Line Bareiro estaba en una reunión de trabajo cuando la noticia empezó a divulgarse en la televisión y en las redes sociales: las trabajadoras domésticas paraguayas habían conseguido, al fin, la igualdad en el salario mínimo. La
mezcla de emociones, después de tantísimos años de lucha por este derecho, se hizo lágrimas.


Cuando Line se definió como feminista ya llevaba varios años de activismo por la democracia y los derechos humanos. Es abogada por la Universidad Nacional de Asunción y máster en Ciencia Política por la alemana Universidad de Heidelberg, e integró el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas. Es una de las fundadoras del Centro de Documentación y Estudios (CDE) e integra la Articulación Feminista Marcosur (AFM). Docente e investigadora, ahora es una de las referentes del feminismo en América Latina.


Cuando se le pregunta quién es Line Bareiro, sonríe.

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—Creo que mi definición es que soy centralmente una activista feminista y por los derechos humanos, pero con aporte intelectual, dentro de algunos campos del conocimiento.


En Paraguay es una referente del derecho: fue partícipe de todas y cada una de las leyes conquistadas a favor de las mujeres.


—Fue una gran cosa estudiar Derecho, porque me permite analizar las relaciones de poder. El poder siempre es asimétrico, por definición es así. Hay una relación de poder con el Estado: yo no le puedo ordenar, él me puede ordenar a mí. Es el Estado el que puede sacar la ley, no una persona. La ley es como una cristalización. En este caso puntual sobre las trabajadoras del servicio doméstico, la igualdad formal es una cosa muy, muy importante. La gente la desprecia mucho y yo, sin embargo, aprecio la igualdad legal, pienso que, sin eso, estamos perdidas. O sea: hay que levantar toditas esas cosas que llevan a una discriminación legal.


—¿Cómo fue el proceso de lucha por el reconocimiento de derechos de las trabajadoras domésticas?


—En 1989 se fundó el primer Sindicato de Trabajadoras Domésticas del Paraguay (SINTRADOP) en el seno de la Central Nacional de Trabajadores. Unos años después, en 1996, Clyde Soto escribió con María Liz Román un artículo sobre la situación legal de las trabajadoras domésticas –o sea, sobre la discriminación legal– para el informe de la Codehupy (Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay), pero no había un proceso desde allí. Paralelamente, desde el CDE se hicieron algunas investigaciones en Ciudad del Este. Había cosas aisladas, como antes del sufragismo estaba Mary Wollstonecraft, y otras individualidades, pero no había un movimiento. Con las organizaciones de trabajadoras domésticas sucedió algo que para el CDE fue complicado: ayudarlas a organizarse. Porque una cosa era hacer los estudios, apoyar, demostrar la desigualdad, y otra cosa era trabajar en la organización. El CDE, por definición, no crea organizaciones, apoya a las existentes y para ese trabajo con las trabajadoras domésticas fue fundamental María Elena Valenzuela, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Ella fue la que vino a empujar, era casi su causa. Decía: este trabajo, el más importante, el de las mujeres jóvenes, pobres y con bajo nivel educativo, tiene que poder ser un trabajo como cualquier otro.
 

—¿Cuáles fueron las principales dificultades?


—Había un problema grande: el salario de las trabajadoras domésticas era la única discriminación legal que subsistía en el mundo del trabajo. Hay otras discriminaciones y obviamente puede haber incumplimiento de la ley, pero es diferente: no es lo mismo cuando lo que está en la ley es, en cierta forma, lo bueno para la sociedad. Y en ese proceso comenzamos haciendo los estudios y me comprometí mucho. Llegué a decir que, si me dieran a elegir entre todas las causas que llevamos adelante –la participación política era la que más quería–, a mí me parecía fundamental terminar con esa discriminación legal. Comprendí muy pronto que se trataba de algo que beneficiaba a mucha gente.


—¿Toda la sociedad naturalizaba esta discriminación?


—La discriminación a las trabajadoras domésticas es un tema muy extendido, no es solo un tema del Estado o de los ricos. Al contrario, generalmente te dicen: “a mí me pagan porque es gente que puede pagar”. A una señora que trabajaba en mi casa le pagaba, en ese tiempo, 900 mil guaraníes, y ella, a su vez, le pagaba alrededor de 300 mil a la persona que contrataba para hacer el trabajo en su casa. Esa situación, muy extendida en la sociedad, beneficiaba a mucha gente, en las diferentes clases sociales.

Hay una idea de esclavitud: alguna mujer tiene que hacer las cosas que vos necesitás. Otra cosa que me daba mucha rabia: las cuestiones de conveniencia de la patrona o del patrón aparecían como un favor hacia la trabajadora en lo que tiene que ver con el tema “cama adentro”, porque se convierte en un trabajo sin hora. Si se queda de noche es porque lo necesita la patrona o el patrón, y no porque necesita la trabajadora. Cuando eso me enojaba con la gente y le decía ¿y por qué a tu jardinero no le das un lugar?, él también necesita dónde vivir. Y porque vos no necesitás al jardinero de noche cuando te vas a algún lado, no lo necesitás para cuidar a los chicos, a las personas enfermas o lo que fuera.

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—¿Cómo se daba exactamente esa discriminación legal?


—Trabajamos mucho con Hugo Valiente, con Maridí González Parini y Lilian Soto. Encontramos que cuando los otros trabajadores avanzaban, había una aceptación de las discriminaciones a las trabajadoras domésticas. Se firmaban convenios importantes que decían: “esto rige para todos, menos para las trabajadoras del servicio doméstico”. Esto se demostró perfectamente en los trabajos de Valiente. Cuando se reconoció la jornada de ocho horas, no se incluyó a las trabajadoras del servicio doméstico. Cuando se hablaba de pagar horas extras se las excluía también, pero eso era aceptado por el
sindicalismo. No era una maldad del Estado. Las actuales dirigentes del trabajo doméstico dicen: “No hay un derecho a las trabajadoras domésticas, hay un derecho a la igualdad”. Es una frase rotunda, gente de diferentes clases sociales dicen “aquí lo que me están quitando es mi derecho a una trabajadora doméstica”. Ese es un pensamiento muy perverso. O sea, es mi derecho a mi esclava. Es terrible. ¡Yo no voy a poder pagar! Y bueno, querida, no pagás. No compres remedios y dejá de comprar el piano que tanto querés. Así es. Las mujeres son las que hablan así, las que más realizan este trabajo, pero también las que más contratan.


—¿Qué leyes beneficiaron a las mujeres después de la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989)?

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—Hubo muchas. La Constitución Nacional, la Ley 1/92 y las sucesivas, dicen que las mujeres cabezas de familia son prioridad uno de la Reforma Agraria. Con la ley 1/92 se cambiaron las peores discriminaciones del Código Civil, por ejemplo, el régimen patrimonial del matrimonio. El hombre era el administrador de sus bienes, de los bienes de la mujer e inclusive de lo que la mujer tuviere por herencia, legado o donación e incluso lo que era producto de su trabajo; o se necesitaba permiso del marido para ofrecer sus servicios profesionales, cosa que el hombre no necesitaba de la esposa. Después tenés todo el tema del Código Penal, a partir de 1989 hubo una transformación jurídica gigantesca en Paraguay, en todos los ámbitos. No se ha entrado en todos verdaderamente, pero al menos en el civil, en el penal y el constitucional se hizo un trabajo maravilloso de transformación, tanto que la Coordinación de Mujeres del Paraguay que se formó se llamaba “Por nuestra igualdad ante la ley”. Ese era el lema central y obviamente, ahora hay que trabajar sobre cosas que todavía quedan en la ley.
De todos modos, hay cosas que fueron obra del movimiento feminista, como la ley de Trabajo Doméstico, y otras que no. La ley del divorcio, por ejemplo, beneficia principalmente a las mujeres; se discutió en el movimiento, pero centralmente fue una acción más bien del Estado, concretamente del General Andrés Rodríguez. Paraguay terminó la dictadura con discriminaciones monstruosas. La figura del adulterio de la mujer estaba tipificada una vez que se acueste con un señor que no es su marido, en cambio, el adulterio en el hombre se configuraba si traía a su concubina a vivir en la casa de la mujer; además a la mujer le daban de uno a tres años y al hombre creo que de uno a tres meses.


—¿Cómo fue el proceso de conquista de la Ley del Trabajo Doméstico?


—Poco después de que empezamos a trabajar coincidió con que en Bolivia y en Uruguay, con el gobierno de Evo Morales y del Frente Amplio, se determina la igualdad legal de las trabajadoras domésticas. Acá habíamos logrado ciertos indicadores y sistematización de dónde estaban las discriminaciones legales. Había que tener claro que las horas de trabajo se medían incluyendo la hora de descanso y todo el tema de la jubilación, no contemplada. Se fue comprometiendo mucha gente, había también un sindicato, en la CNT, pero prácticamente inexistente en ese momento. Estaba Amalia Romero como coordinadora. Se hizo una reunión muy importante sobre el tema en Asunción y no fueron los sindicatos, no les parecía relevante, y había gente de toda la región. Estaba Creuza de Oliveira de Brasil y le preguntamos cómo hacer para convocar
a las trabajadoras.


—¿No estaban interesadas?


—Pedimos ayuda a Creuza De Oliveira porque, justamente, aquí tenían poca experiencia en lucha por derechos, en un contexto donde los sindicatos hicieron con el Estado todas las leyes que excluía a las trabajadoras domésticas, y además por ser el trabajo típico de las mujeres en la división sexual del trabajo, tenía menor valor.

 

Tenías cosas que no se cumplían. El Código Laboral, por ejemplo, establecía las trabajadoras domésticas en Asunción y progresivamente en todo el país comenzarían a tener seguro social. Pero eso nunca se extendió más allá de la capital. Cuando vieron las compañeras de la AFM dijeron: lo que necesitamos es un trabajo comparativo entre los demás países.

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Empezamos a desarrollar cuestiones teóricas. Cuando trabajaba en participación política hablábamos del poder y del no poder, que era justamente el de las trabajadoras domésticas. No estaban organizadas porque el tipo de trabajo no fomenta la organización, eso ocurre cuando los trabajadores están en la fábrica, todos en el mismo lugar, pero acá están todas en casas separadas, con días libres diferentes, entonces, es un trabajo que no fomenta mucho la organización. Y, además, en el día libre lo que querían era tener tranquilidad.

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—¿Cómo se intervino desde el feminismo?


—Además de los estudios, se consiguieron pequeños fondos y pronto se entusiasmó a gente de Naciones Unidas, como Bernardo Puente, y luego todo el sistema de Naciones Unidas presentó un proyecto sobre el tema de las trabajadoras domésticas que se llamaba “Una ventana de oportunidades”. En paralelo, María Elena Valenzuela dijo que tenía una aspiración mayor: lograr un convenio con la OIT.


Entonces es que Lilian Soto y Raquel Escobar hicieron un estudio más avanzado y Creuza nos dijo: si quieren convocar a las trabajadoras, no deben hacerlo por los periódicos y las radios más escuchadas, sino en las radios que ellas escuchan. Yo te
diría en paraguayo, cachaqueras o cumbieras. Hicimos las averiguaciones y eran unas cuantas radios las que escuchan. Y así se hizo la promoción para esa reunión en la Casona de Coomecipar. Vinieron 80. Fue impresionante. Porque ya habíamos visto que con el sindicato era muy difícil trabajar, porque muchas de las señoras que estaban en la reunión de sindicatos no eran trabajadoras domésticas.


—¿Y qué hicieron?


—El CDE accedió a promover, siempre con cierta cosa porque nosotras siempre apoyamos, pero apoyamos organizaciones que se forman y que no dependen de nosotras. En las asambleas se decía: ellas son como los presos políticos, no pueden organizarse por sus condiciones laborales, necesitan ser empujadas. Por eso un sueño ver tres organizaciones con empoderamientos bárbaros de las dirigentes. Algunas de ellas, Marciana Santander, Solana Meza, estuvieron en aquella reunión en Coomecipar y entendieron las cosas, y se logró un primer paso importante: ampliar la seguridad social, la cobertura del Instituto de Previsión Social (IPS) para todo el país, creo que fue la primera modificación importante, con todos esos esfuerzos sumados durante el gobierno de Fernando Lugo.


—¿Cómo se dio la ampliación de esa cobertura social?


—Fue una coyuntura muy especial, vino de varios lugares: Lilian Soto era ministra y Maridí González pasó de trabajar en el CDE a la asesoría jurídica del gobierno.

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Era el momento que se necesitaba para hacer alguna cosa importante: se interesaron por el tema de la igualdad de las trabajadoras domésticas, habíamos hecho unos cuadernitos muy resumidos.


Directamente era con Miguel López Perito (senador) y fuimos a algunas reuniones en el Palacio de Gobierno; Gloria Rubín era Ministra de la Mujer y representantes de un grupo que luego se convertiría en la Asociación de trabajadoras domésticas del Paraguay (ADESP).Todo lo que se podía modificar, dijeron estos actores del gobierno, “vamos a modificar, vamos a llevar la igualdad todo lo que se pueda sin ley”, porque la modificación legal dependería del Parlamento donde el gobierno tenía minoría. Fue muy importante, y en previsión hubo la mejor disposición, creo que jugó un rol muy importante Carmen Frutos de Almada, funcionaria entonces del Instituto de Previsión Social (IPS). Ella había sido ministra de salud en el gobierno de Raúl Cubas (1998-1999) y con un equipo de trabajo analizó todas las cosas, no solo la extensión de previsión sino todo lo que se podía extender, sin modificar la ley. Fue un paso importantísimo, el inicio de los logros, porque antes hacíamos todo el trabajo, pero no teníamos logros. Esto era un logro muy concreto, era pasar a otro nivel. Después continuaron los trabajos, y yo cuando estuve en el Comité Cedaw hice mucho menos activismo local.

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—Entonces, en los inicios del gobierno de Fernando Lugo (2008-2012) se logra la ampliación de derechos de las trabajadoras domésticas, pero ¿Qué papel jugó el Convenio 189 para lograr luego la igualdad en derechos como las 8 horas,
derecho a jubilación en 2015 y finalmente, en 2019 el derecho a la igualdad salarial?


—El Convenio 189 sentaba una base jurídica y ya no se podía esquivar el cambio legislativo de modificar la Ley del Trabajo Doméstico que mantenía la discriminación de 12 horas de trabajo, 40% del salario mínimo, sin derecho a jubilación en un empleo que tenía mayoritariamente una participación femenina. El parlamentario Juan Manuel “Papi” Benítez Florentín, aliado del gobierno en ese entonces, decía: “vamos a ver todo lo que podemos lograr, pero el sueldo yo lo veo difícil”. Es decir, hubo varios intentos antes de lograr la igualdad de las trabajadoras domésticas, pero el tema del salario siempre aparecía como imposible.


—¿De qué otras maneras visibilizaban el tema?


—En los encuentros feministas se hacían talleres. Marcelo Martinessi, director de la multipremiada película paraguaya “Las Herederas” realizó una película que llevó el nombre de “Partida” con la actriz Hebe González. Esto se hizo con recursos de Altervida, una organización a cargo de la feminista Angélica en ese momento. Se buscaba presentar los problemas del trabajo doméstico de una forma mucho más artística. Hubo mucha gente que se iba comprometiendo con la causa. Lo más impresionante fue cuando se reactivó el Sindicato de Trabajadoras Domésticas del Paraguay (SINTRADOP) que había sido fundado en la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y también nace el Sindicato de Trabajadoras Domésticas de Itapúa (SINTRADI) en el seno de la Central Única de Trabajadores- Auténtico (CUT-A). De pronto, había tres organizaciones.

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En 2015, las trabajadoras domésticas logran modificar la ley, pero lo único que queda es la desigualdad salarial. La igualdad salarial es lo que se logra en 2019 y es como que completa todos los derechos, sin discriminaciones, a las trabajadoras.


—¿La igualdad legal asegura un cambio para las trabajadoras domésticas?


—Tener igualdad legal no quiere decir que se tenga todo, las resistencias son diversas en distintos lugares. Existen otros sectores que preocupan, como los jornaleros que trabajan a destajo en la construcción; no sé si realmente se les paga previsión y si están en previsión, es un sector importante, los trabajadores agrícolas, los que están en alguna estancia seguramente tienen previsión, pero los otros no. Hay un montón de situaciones, pero me emociona ver a las trabajadoras domésticas empoderadas, es altísimo el nivel de las dirigentes. Han logrado, como organización, enfrentar la cuestión pública, discutir, explicar perfectamente lo que quieren, sus derechos y generar un pensamiento tan avanzado, como eso de “no hay derecho a tener trabajadoras domésticas, hay un derecho a la igualdad”


—¿Existen datos sobre mujeres indígenas y trabajo doméstico?


—No hay mucha producción al respecto sobre todo ese tema del trabajo esclavo que Paraguay no reconoce. Sí se reconoce el trabajo forzado, que es cuando se contrata en realidad al marido y la mujer viene de yapa, es decir, ella no es una trabajadora con derechos, no está inscripta en previsión si su marido es el que tiene un empleo fijo y legal, es impresionante.


Line Bareiro vive en el centro de Asunción desde su niñez. Escuchó a tantos políticos, gobernantes, trabajadores, de arriba y de abajo, de izquierda y de derecha decir tantas veces “imposible”, “imposible”… que ahora, cada vez que valora el logro de las trabajadoras domésticas en Paraguay, le dan ganas de llorar. ¡Pero de alegría!

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